Para cambiar tu realidad, cambia tu conversación

Tenemos un problema y no paramos de hablar de él con amigos o con la almohada. Podemos llegar a ser obsesivos y repetir una y otra vez la misma cantinela. El hecho de hablar de ello nos alivia (cuidado que es peor tragárselo todo y no compartirlo con nadie). Pero quizá la solución pase porque una vez hayamos hablado de nuestros problemas, comencemos a transformar los temas de nuestras conversaciones. Las conversaciones que mantenemos nos definen. Todos tenemos personas en nuestro entorno que sabemos que si quedamos con ellas nos hablarán de lo mismo: que si sus hijos, que si el fútbol, que si las enfermedades… Son parte de sus pasiones o de sus obsesiones porque lo que hablamos nos atrapa. Nuestras palabras configuran nuestro mundo de realidades. Si pensamos que nuestro jefe es una pesadilla y lo repetimos a sol y sombra, será muy difícil observar algo distinto de él o de ella. Como hemos dicho en alguna ocasión: el objetivo para la felicidad no es tener la razón, sino ser prácticos con nuestras propias emociones. Y nuestras conversaciones nos encienden ciertas emociones. O si no, piensa cómo te quedas después de hablar de lo mal que va el país, la empresa, la pareja o lo que sea… Por ello, si quieres sentirte bien contigo mismo necesitas revisar cuáles son las conversaciones que mantienes. Veamos tres claves para ello:

Hablar no es conversar. Hablar es sólo una parte. Hablar no cambia necesariamente los sentimientos, las ideas propias o de los demás; sin embargo, la conversación nos ayuda a transformar nuestra forma de entender el mundo. La conversación es más permeable. Implica escucha, tener la curiosidad sobre el otro y estar dispuesto a cambiar nuestras propias ideas iniciales (por eso, quizá las conversaciones más estériles entre conocidos son las políticas… es difícil que alguien varíe el punto de vista, por otros motivos que no son conversacionales). Por ello, ¿qué porcentaje del tiempo hablas y cuánto conversas?

¡Necesitamos amigos conversadores! A veces cuando vivimos un problema con la pareja, las mujeres solemos llamar a amigas (y los hombres a amigos) para contar lo mal que nos va y los errores que cometen “siempre” los hombres (o las mujeres). Esas conversaciones nos alivian. Total, todos estamos en el mismo barco… pero no necesariamente nos ayudan a crecer. Una conversación te reta internamente. Cuando tengamos un problema, sea cual sea, necesitamos que no nos den continuamente la razón y escuchemos otros puntos de vista para ampliar nuestro enfoque. ¿Con qué personas tienes la posibilidad para compartir buenas conversaciones?

Abramos nuestros temas de conversación. En la China antigua había asociaciones poéticas que reunían a mujeres para conversar de otros temas diferentes a las tareas domésticas. Es un buen ejemplo para comprender que hagamos lo que hagamos, necesitamos incluir temas de conversación más allá de nuestros problemas u obsesiones, que nos alivien de lo que nos duele o simplemente, para comenzar a contemplar la vida de una manera más amable. Piensa, por ejemplo, en la última semana de qué has estado conversando con la pareja, familia o amigos…

Recordemos: los cambios se producen con nuevas conversaciones y aunque tengamos la tendencia o la necesidad de insistir en algo una y otra vez, tomemos conciencia de si eso nos ayuda o no. Tengamos la fuerza para “obligarnos” a abrirnos a conversaciones diferentes y más amplias primero con nosotros mismos y, segundo, con otras personas. La conversación crea nuestro mundo y a pesar de lo que nos suceda, tenemos la capacidad de construir realidades más agradables si somos capaces de cambiarlas.


Pilar Jericó.



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