ACTITUD FRENTE A LA INCERTIDUMBRE
Cuando creemos que lo tenemos “todo controlado”, nos sentimos seguros y
andamos con paso firme. Vivimos procurando controlar que nuestros planes
lleguen a buen puerto. Cuando ocurre algo imprevisto, nos estresamos, irritamos
o enojamos. Lo imprevisto no estaba en nuestros planes y la duda se apodera de
nosotros.
Vivir con incertidumbre significa
no saber lo que provoca inquietud
y ansiedad, incluso angustia. Mantener objetivos y planificar cómo lograrlos es
necesario para obtener lo que uno quiere. Sin embargo, aunque pensemos lo que
vamos a hacer, no podemos responder ante las circunstancias ni ante lo que
harán los demás. La realidad es que es imposible tenerlo todo siempre
controlado. Cuando la situación aparece como un obstáculo en nuestro camino,
aferrarnos a nuestro plan original produce tensión porque queremos llegar sí o
sí a cumplirlo. Sin embargo, la nueva circunstancia quizá lo que pide es un
cambio de rumbo, otra respuesta o saber esperar.
Es como cuando el río sale de la cumbre de la montaña con el
objetivo de desembocar en el mar. En su camino se encuentra con piedras, montes
y desniveles del terreno, y tiene que bordearlos o hacerse subterráneo para
luego volver a salir a la superficie, hasta que al fin llega a su destino.
Nosotros planificamos ir en línea recta hacia nuestro objetivo y cuando
aparecen los desniveles nos emperramos en querer seguir recto. Necesitamos
flexibilidad y reconocer que quizá no merece la pena luchar para derribar el
obstáculo; eso nos desgastará y acabaremos agotados. En cambio, si lo bordeamos
y cogemos otro sendero, manteniendo la visión de nuestro objetivo, podremos
disfrutar del recorrido y no nos dejaremos la piel en el camino.
Para lograrlo debemos recuperar la confianza en nuestros
recursos internos, en nuestro conocimiento, nuestro talento, y en nuestra
capacidad de superar lo que se presente. Ante la incertidumbre, podemos
batallar en contra de lo que ocurre, podemos resignarnos o bien aceptarlo. Al
luchar en contra, nos agotamos. A lo que nos resistimos persiste. Cuando se
presenta ante nosotros lo que no habíamos previsto, podemos reaccionar
rechazándolo, negándolo, empujando en contra, quejándonos y enojándonos. Cuando
vemos que ninguna de estas actitudes soluciona la situación, nos desesperamos e
incluso podemos llegar a deprimirnos por la sensación de impotencia que se
apodera de nosotros. Todos nuestros intentos han fracasado y la situación de
incertidumbre continúa.
Otra opción es vivir sometidos a la realidad de lo que
ocurre. La resignación nos convierte en víctimas de las circunstancias y de las
personas. Nuestra voluntad queda en la sombra y nos permitimos ser marionetas
de lo que va ocurriendo. El modo más saludable de vivir la incertidumbre es
aceptarla. Eso significa que lo reconocemos, que nos damos cuenta de que quizá
es duro y difícil. Reconocemos lo que sentimos, que ahora no existen las
respuestas o que quizá necesitamos ayuda. La aceptación nos permite vivir sin
angustiarnos con la duda de no saber. Nos ayuda a esperar.
Cuando las situaciones no son como esperábamos, buscamos culpables fuera, y si adoptamos esta actitud les damos el mando de la situación y no recurrimos a nuestra capacidad interior para responder con más sabiduría. Para acceder a ella debemos saber esperar.
La espera activa significa que se sostiene el vacío de no saber qué hacer, del cual puede surgir una tranquilidad que me permita ver las cosas con más calma y no precipitarme a la acción. Esperar otorga el espacio para ser introspectivo, acoger la situación y observar para encontrar la mejor respuesta. Es calmar la mente y permitir que la intuición hable. La espera abre a la escucha y posibilita percibir qué pide de nosotros una determinada situación; encontrar la pregunta adecuada sin abandonarnos al impulso de forzar las situaciones.
Con las preguntas creamos la realidad, influimos en las
decisiones. Planteándonos interrogantes sabios, podremos decidir con lucidez.
Ante la incertidumbre podemos preguntar: ¿por qué es así?, ¿por qué a mí?,
¿cómo se atreve? Estas preguntas llevarán a sentir rabia, desesperación e
incomprensión. En su lugar podríamos plantearnos preguntas más apreciativas:
¿para qué estoy viviendo esto?, ¿qué me está enseñando esta situación?, ¿qué
puedo aprender de ella?, ¿qué sería lo más inteligente que puedo hacer aquí?,
¿para qué voy a intervenir?, ¿cuál es mi intención?
Si actuamos con el piloto automático, con la rigidez de que
las cosas han de ser como habíamos previsto, empezamos a dar palos de ciego que
no llevan a ninguna parte, o pueden incluso empeorar la situación. Para
conseguir salir del atolladero, necesitamos calmar la mente y dejar de pensar
de forma atropellada. Así surgirán ideas creativas y se aclararán las dudas.
Fortalecer la confianza y la actitud de “yo puedo”, en lugar de nublar la mente
con sentimientos de “soy incapaz”. En este paréntesis de espera podemos dejar
que la vida fluya manteniendo el cuidado de uno mismo: alimentarse bien,
compartir con buenos amigos, hacer ejercicio y meditar.
Quizá es que debemos aprender a vivir sin resistencias,
siendo creadores de cambios constructivos que provoquen mejoras y amplíen
nuestros horizontes. Dar apertura a la capacidad de respuesta creativa y
positiva, para lo cual es necesario equilibrar la acción con la introversión,
el silencio, la reflexión y la meditación. Alcanzamos la capacidad de vivir en
armonía cuando nuestra acción se equilibra con la reflexión y se fortalece con
el silencio. Nuestra espera entonces no está invadida por la resignación, sino
que es una espera en la que se mantiene viva la llama de la esperanza y la
confianza de que llegaremos a buen puerto.
Si vivimos la incertidumbre desde un espacio de confianza,
nos permitimos asumir riesgos, con iniciativa y sin miedo a equivocarnos. Así
iniciamos el camino hacia la soberanía personal. No podemos ejercer un
verdadero liderazgo sobre los demás ni sobre las circunstancias si no somos
capaces de liderar nuestra propia mente, emociones y mundo interior. Si
queremos dormir y nuestras preocupaciones no nos dejan, si queremos hacer
deporte pero no lo hacemos, si tenemos un cuerpo poco cuidado, si pensamos
atropelladamente. Esa falta de soberanía personal y de cuidado del ser nos
impide responder con sabiduría ante los imprevistos.
Practicar la espera activa con atención plena. Desde esa
actitud evitamos que la situación nos hunda, más bien la observamos atentos y
alerta. Y acabaremos venciendo la inseguridad y actuando con todo el potencial
interior: con confianza en uno mismo y en los demás, con la intención de hacer
lo mejor para todos.
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