El alma del dinero



Todos están interesados en el dinero y casi todos nosotros tenemos una preocupación crónica, e inclusive el temor de que en realidad nunca tendremos suficiente o nunca seremos capaces de retener suficiente dinero. Muchos fingimos que el dinero no es importante para nosotros o pensamos que no debería serlo. Muchos vivimos con una franca apertura hacia el hecho de que acumular dinero es nuestro objetivo principal. No importa cuánto dinero tengamos o no tengamos, la preocupación de que no tenemos o no tendremos suficiente predispone nuestros intereses y sentimientos en función del dinero. Entre más nos esforcemos por obtenerlo, o incluso por ignorarlo o hasta colocarnos por encima de él, más nos engancharemos con él.

El dinero solo tiene el poder que le asignamos, y le hemos asignado un poder inmenso. Le hemos otorgado casi una autoridad definitiva. Si nos limitamos a observar nuestro comportamiento, podríamos decir que hemos hecho del dinero algo más importante que nosotros mismos, le hemos dado más importancia que a la vida humana. Seres humanos han realizado y realizarán cosas terribles en nombre del dinero; han matado por él, han esclavizado a otra gente por él, y se han esclavizado a sí mismos a una vida carente de alegría con tal de ir en su búsqueda.

Hemos guardado silencio para evitar conflictos o diálogos incómodos acerca del dinero. Nuestro comportamiento en torno al dinero ha dañado relaciones cuando se ha utilizado como un instrumento de control o castigo, escape emocional o manipulación, o como un sustituto del amor. Entre familias dotadas con una gran riqueza, muchas personas se han envenenado con la avaricia, la desconfianza y el deseo de controlar a otros; la vida privilegiada los ha apartado de la experiencia esencial proveniente de interacciones ordinarias con la gente y de relaciones auténticas. En un mundo en donde el dinero es escaso, la lucha por conseguirlo puede fácilmente convertirse en el tema decisivo que hace a un lado el valor personal y el potencial humano básico de un individuo, una familia o incluso de comunidades y culturas enteras. Para algunos, la persistente ausencia del dinero se convierte en una excusa para sentirse menos capaces, productivos o responsables de lo que podrían serlo.

En nuestra particularmente agresiva cultura de consumo, incluso los niños más pequeños se ven envueltos en esa feroz relación con el dinero. En la misma forma que nos tocó a nosotros, y más en la actualidad, ellos están creciendo en un entorno mediático y con una cultura popular que alienta un insaciable apetito por gastar y ganar, sin tomar en cuenta las consecuencias personales o ambientales.

El dinero y el alma: la gran división

Para la mayoría de nosotros, esta relación con el dinero resulta profundamente conflictiva y nuestro comportamiento hacia y alrededor del dinero es a menudo incongruente con respecto a los valores, compromisos e ideales que más apreciamos —los que en conjunto llamo nuestra alma—. Y cuando hablo de alma, no me estoy refiriendo a alguna interpretación religiosa.

Todos estamos de alguna manera ciegos en relación con el dinero, y permanecemos así. Quizá sea el miedo y la ansiedad de que, al percibir las consecuencias de la forma en que lo estamos ganando, o las consecuencias reales de las decisiones que tomamos en relación con nuestros gastos, tendremos que rediseñar nuestra vida entera. Si realmente miráramos, por ejemplo, la brutalidad del trabajo infantil, a menudo relacionada con los productos que compramos todos los días a bajo costo, provenientes de países extranjeros, quedaríamos impactados y paralizados. Si reconociéramos los verdaderos costos ambientales que pagamos por el regalo de la aparentemente ilimitada energía que se requiere para mantener nuestro confort, ¿qué cambios necesitaríamos llevar a cabo? Si en realidad nos diéramos cuenta de las consecuencias y del impacto de casi cualquier industria que nos contrata o que satisface nuestros deseos y necesidades, la verdad es que quizá le pondríamos un alto a nuestro estilo de vida cotidiano. Y si en realidad examináramos nuestras creencias y suposiciones acerca de otras personas, en el contexto del dinero, necesitaríamos abrirnos nosotros mismos, así como abrir nuestros corazones y nuestras mentes a la gente a la que le hemos impedido el acceso a nuestro estilo de vida.

Durante todos estos años he estado comprometida con la vida y las circunstancias de muchas personas que viven en condiciones devastadoras, donde la falta de comida, agua, techo, libertad y oportunidades condicionan toda acción y toda conversación. Otros, en todos los aspectos, tienen mucho más de lo que necesitan para satisfacer sus necesidades: más dinero, más comida, más autos, más ropa, más educación, más servicios, más libertad, más oportunidades, más de todo. Sin embargo, sorprendentemente en ese mundo de excesiva abundancia, la conversación también está dominada por lo que no se tiene y por lo que se quiere tener. No importa quiénes seamos ni cuáles sean nuestras circunstancias, todos nos enfrascamos en conversaciones sobre aquello de lo que no se tiene suficiente.

En mi trabajo con gente que ocupa diferentes situaciones en relación con el amplio espectro del dinero y los recursos, descubrí que es posible deshacernos de este conjunto de creencias y suposiciones, esta forma dominante de ver la vida, así como distanciarse un poco de ella, liberarnos de su atadura y observar, cada uno de nosotros en nuestra propia vida, si es o no una manera válida de vivir. Cuando dejamos el escenario mental de la escasez, descubrimos tres mitos centrales que han venido a definir nuestra relación con el dinero y que bloquean el acceso a una relación más honesta y satisfactoria con él.

Mito tóxico número 1: no hay suficiente

El primer mito de la escasez que prevalece es que no hay suficiente. No hay suficiente para andar por ahí en la vida. No todos pueden lograrlo. Alguien se tendrá que quedar fuera. Hay demasiada gente. No hay suficiente comida. No hay suficiente agua. No hay suficiente aire. No hay suficiente tiempo. No hay suficiente dinero.

El no hay suficiente se convierte en el motivo por el que realizamos trabajos que nos hunden o por el que nos hacemos cosas unos a otros de las que no nos sentimos orgullosos. El no hay suficiente genera un miedo que nos conduce a asegurarnos de que no seamos nosotros ni las personas a las que amamos quienes resultemos lastimados, marginados o discriminados.

Una vez que definimos nuestro mundo como deficiente, la energía total de nuestra vida, todo lo que pensamos, todo lo que decimos y todo lo que hacemos, particularmente con el dinero, se con-vierte en la expresión de un esfuerzo por sobrellevar esta sensación de carencia y el miedo de perder o de quedar fuera. El asegurarnos, de que nos hacernos cargo de los nuestros, quienesquiera que sean, se convierte en algo noble y responsable. Si no hay suficiente para todos, entonces cuidar de ti mismo y de los tuyos, aun a costa de los demás, parece algo desafortunado pero inevitable y de cierto modo válido. Es como el juego infantil de las sillas. Al faltar una silla correspondiente al número total de jugadores, nuestros intereses se enfocan en no perder y en no ser los que se quedan hasta el final de todo el barullo sin una silla. No queremos ser los pobres inocentes que nos quedamos sin silla, por lo que competimos para obtener más que el otro, determinados a mantener la delantera más allá de alguna inminente condena.

Esta condición interna de escasez, este escenario mental de escasez, viven en el corazón mismo de nuestras envidias, nuestra avaricia, nuestro prejuicio y nuestros argumentos con la vida, y están profundamente arraigados en nuestra relación con el dinero. Dentro del escenario mental de la escasez, nuestra relación con el dinero es una expresión del miedo, un miedo que nos conduce hacia una eterna e insatisfactoria búsqueda por algo más, o hacia compromisos que prometen una salida de dicha búsqueda o del malestar que nos provoca el dinero. En dicha búsqueda desenfrenada o en los compromisos que hacemos rompemos con nuestro sentimiento de totalidad e integridad naturales. Abandonamos nuestra alma y nos distanciamos cada vez más de nuestros valores esenciales y de nuestros compromisos más elevados. Nos encontramos atrapados en un ciclo de desconexión y de insatisfacción.

Mito tóxico número 2: más es mejor

El segundo mito tóxico es que más es mejor. Más de cualquier cosa es mejor que lo que tenemos. Es la respuesta lógica si se teme que no hay suficiente, pero el más es mejor nos conduce a una cultura competitiva de acumulación, adquisición y avaricia que solo intensifica nuestros miedos y acelera el ritmo de la carrera. Y nada de esto hace la vida más valiosa. A decir verdad, la prisa por obtener más nos aleja de la capacidad de experimentar el profundo valor de lo que adquirimos o ya tenemos. Cuando comemos muy rápido o mucho, no podemos saborear ni siquiera un pedazo de nuestra comida. Cuando nos enfocamos constantemente en lo que a continuación vamos a adquirir —el siguiente vestido, el siguiente auto, el siguiente trabajo, las siguientes vacaciones, la siguiente mejora a la casa— difícilmente apreciamos los dones de lo que ya tenemos. En nuestra relación con el dinero, el más es mejor nos distrae de vivir más consciente y abundantemente con lo que tenemos.

El más es mejor constituye una persecución sin fin y una carrera sin ganadores. Es como la rueda de un hámster en la que saltamos, giramos y después olvidamos cómo detener. Finalmente, la búsqueda por tener más se convierte en un ejercicio adictivo y, como cualquier adicción, resulta casi imposible detener el proceso cuando te encuentras atrapado en él. Pero no importa qué tan lejos llegues, o qué tan rápido, o a cuántas personas logres dejar atrás, nunca podrás ganar. En el escenario mental de la escasez, incluso cuando hay mucho, nunca es suficiente.

Algunas de las personas que cuentan con riqueza suficiente para tres vidas, pasan sus noches y sus días preocupándose por perder dinero en el mercado bursátil, por ser estafados o por no contar con lo suficiente para su retiro. Cualquier tipo de realización personal dentro de su vida privilegiada, en términos financieros, puede opacarse por completo por estos miedos monetarios y el estrés. ¿Cómo puede ser posible que las personas que tienen millones de dólares piensen que necesitan más? Creen que necesitan más porque ese es el mito prevaleciente. Todos pensamos así, por lo que ellos también piensan así. Incluso aquellos que tienen bastante no pueden renunciar a esta búsqueda. La búsqueda de más es mejor, sin importar cuáles sean nuestras circunstancias monetarias, demanda nuestra atención, mina nuestra energía y erosiona nuestras oportunidades de plenitud. Cuando nos creemos la promesa de que más es mejor, nunca podemos llegar a la meta final. Dondequiera que estemos, nunca será suficiente debido a que tener más es siempre mejor. La gente que sigue este credo consciente e inconscientemente, y que hasta cierto punto somos todos nosotros, está condenada a una vida siempre insatisfecha; perdemos la capacidad de alcanzar una meta. Así que incluso aquellos que tienen bastante en esta cultura de la escasez no logran renunciar a la caza.

El más es mejor nos desorienta de un modo más profundo. Nos conduce a definirnos en base al éxito financiero y a los logros externos. Juzgamos a los demás de acuerdo a lo que tienen y a cuánto tienen, y nos perdemos de los infinitos dones interiores que pueden aportar a la vida. Todas las grandes enseñanzas espirituales nos dicen que busquemos en nuestro interior para encontrar la totalidad que anhelamos, pero la persecución de la escasez no nos deja ni tiempo ni espacio psíquico para ese tipo de introspección.

La creencia de que necesitamos poseer, o incluso poseer más que la otra persona o empresa o nación, es la fuerza motora que conduce la mayor parte de la violencia y las guerras, la corrupción y la explotación en el mundo. Bajo la condición de escasez, creemos que debemos tener más —más petróleo, más tierra, más poder militar, más participación en el mercado, más utilidades, más acciones, más posesiones, más poder, más dinero—. En la campaña para ganar, acostumbramos perseguir nuestras metas a cualquier costo, incluso a riesgo de destruir culturas y pueblos enteros.

¿Acaso los demás países necesitan la comida rápida estadounidense o los parques de diversiones o los cigarrillos, o que las compañías estadounidenses se expandan astutamente en sus mercados a escala internacional para aumentar sus utilidades, ignorando el impacto que ocasionan en las culturas locales, la agricultura, la economía y la salud pública, incluso frente a una época de protestas generalizadas en contra de su presencia? ¿Necesitamos o incluso realmente queremos toda la ropa, los autos, los comestibles y artefactos que traemos a casa de nuestros viajes de compras, o estamos actuando por impulso, respondiendo a la llamada de la cultura consumista y de la seducción firme y calculada de la moda, de la comida y de la publicidad para consumir productos? La indiscutible y desenfrenada carrera para obtener más alimenta una economía, una cultura y un modo de ser insostenibles, los cuales han fallado al bloquearnos el acceso hacia aspectos más significativos y profundos de nuestra vida y de nosotros mismos.

Mito tóxico número 3: así son las cosas

El tercer mito tóxico es así son las cosas y no hay salida. No hay suficiente como para que alcance, más es definitivamente mejor, y la gente que tiene más es siempre gente diferente a nosotros. No es justo, pero más vale entrarle al juego porque así son las cosas y en este mundo sin esperanza, desamparado, disparejo e injusto, no hay modo de escaparse de la trampa. Pensar que así son las cosas es simplemente otro mito, aunque probablemente sea el que más atrapados nos tiene porque siempre se puede argumentar a favor de él. Cuando algo ha sido siempre de cierta manera, y la tradición, los supuestos y los hábitos lo hacen resistente al cambio, entonces parece lógico y propio del sentido común pensar que, así como es, seguirá siendo. La resignación nos hace sentir desesperanzados, desamparados y cínicos. También nos mantiene en la fila, incluso al final de la fila, donde la falta de dinero se convierte en una excusa para evitar el compromiso y para no contribuir con lo que sí tenemos –tiempo, energía y creatividad– con el fin de marcar una diferencia. La resignación nos aleja del cuestionamiento acerca de qué tanto nos comprometeremos o explotaremos a los otros para obtener el dinero que estará a nuestra disposición en un empleo o carrera, una relación personal o una oportunidad de negocio.

El así son las cosas justifica la avaricia, el prejuicio y la inactividad fomentada por la escasez en nuestra relación con el dinero y el resto de la raza humana. Durante generaciones, este tercer mito protegió el antiguo comercio de esclavos en Estados Unidos, con el que la mayoría de la clase privilegiada construyó granjas, pueblos, imperios empresariales y fortunas familiares, muchas de las cuales sobreviven hasta el día de hoy. Y en las siguientes generaciones este mito protegió e incentivó el racismo institucionalizado, la discriminación sexual, así como la social y económica en contra de otras minorías étnicas y religiosas. A lo largo de la historia, e incluso en la actualidad, ha permitido que tanto negocios deshonestos como líderes políticos exploten a otros en busca de su propia ganancia financiera.

A nivel mundial el mito del así son las cosas es tal que aquellos que tienen más dinero ejercen el mayor poder, sintiendo que valen más y que tienen el derecho de sentirse así. Por ejemplo, Estados Unidos, con un 4% de la población mundial, genera el 25% de la contaminación que contribuye al calentamiento global.

El así son las cosas representa una de las piezas más difíciles en la transformación de nuestra relación con el dinero debido a que si no podemos abandonar la caza del dinero y sacudirnos la incapacidad y el cinismo que esto llega a generar, entonces quedaremos atrapados. Y si no estamos dispuestos a cuestionárnoslo, entonces resultará difícil desbancar ese pensamiento que nos tiene atrapados. Debemos estar dispuestos a dejar ir el así son las cosas, aunque sea por un momento, para considerar la posibilidad de que no existe un así es o así no es. Existe la manera en que elegimos actuar y en que elegimos crear nuestras circunstancias.

Repensar nuestras creencias

Yo sugiero que reflexionemos todo esto; particularmente en este momento de la historia cuando estamos enfrentando desafíos ambientales más allá de lo que cualquier generación anterior haya visto, y empecemos a tomar nota, tomar responsabilidad y autoridad en el contexto de suficiencia, totalidad e integridad para nuestras vidas. Y déjenme decirlo de nuevo, “suficiente” es la palabra que he elegido, no abundancia. Abundancia es el opuesto de escasez; abundancia es más de lo que necesitas, y escasez es menos de lo que necesitas. En algún punto entre ambos conceptos está lo suficiente, que es exactamente lo que necesitamos y nada más.

Si tú y yo, y los lectores de este artículo, miramos nuestras vidas, veremos que tenemos exactamente lo que necesitamos. El vaso frente a mí está exactamente lleno: no casi lleno y no rebosándose. Vivir una vida en la cual reconocemos lo que es suficiente es una vida plena. Pero es un contexto hacia el cual uno debe ir y crearse para sí mismo. Tengo un principio que he inventado. Si abandonas todo aquello que realmente no necesitas, eso libera una enorme cantidad de energía que aumenta lo que ya posees. Verás que lo que ya posees se expande, y estoy hablando de amor, tiempo y todo lo relacionado, incluso el dinero mismo.

Toma el tiempo, por ejemplo. Cuando dejas de buscar hacer más con tu tiempo de lo que realmente necesitas, éste se expande, ya que no tienes que gastar energía en hacer cosas que no necesitas, en las que estabas tan ocupado que ni siquiera te dabas cuenta quién eras y qué tenías. Ese es el contexto de lo suficiente, liberar energía para ti mismo, para realizarte con lo que tienes, con el conocimiento de la totalidad, de lo exactamente suficiente.

Mi gran sugerencia es que inviertas tu dinero en cosas que tengan un real sentido para ti y la sociedad. Siento que se puede tener una posición sólida que haga al mundo mejor con el dinero, poder decir “esto es lo que mi dinero hace en la sociedad” “ésta es mi voz”. La mayoría de la gente puede mirar su talonario de cheques y ver exactamente a qué está comprometida en su vida, ya que en nuestra sociedad el dinero es la voz de las personas.
Riqueza, para mí, -junto con otra palabra que podríamos usar que es prosperidad- es el sentido de felicidad, creatividad y plenitud en la vida. Y como tú sabes, mucha gente posee riqueza, pero no está etiquetada normalmente como rica. Cada mañana, el sol sale e ilumina el cielo, sin importar donde vivas. Y cuando te sientas y observas el atardecer, te das cuenta de que la riqueza, la prosperidad y la felicidad están disponibles para ti. Riqueza es entender la belleza y majestuosidad de un árbol. Riqueza también es amar a tu esposo, tu trabajo. Riqueza es la felicidad de educar a tu hijo. Esa es riqueza, y todo eso no cuesta nada. Son una inversión para el espíritu, y cuando el espíritu humano es liberado, lo que se ha liberado es el alma, la riqueza del corazón, del amor, el sentido de interrelación con los demás y la profunda verdad que constituimos cada uno de nosotros. Y en esa verdad, todo el mundo es uno contigo y te pertenece.

Lynee Twist. El alma del dinero.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Técnica para activar y sanar los riñones

El hígado y sus manifestaciones corporales y emocionales

¿De dónde proviene este dolor? Dolor visceral referido.