Fingir y vivir de apariencias. Perjuicios y síntomas.
En la actualidad la mayoría de las personas fingen que todo está bien.
Los padres fingen que educan, los profesores fingen que enseñan, los alumnos fingen que aprenden, los profesionales fingen que son competentes, los gobernantes fingen que se preocupan por el pueblo y hay pueblos que fingen que lo creen...
Hay personas que fingen que son honestas, o que están iluminadas, que fingen estar en un nivel evolutivo por encima de los demás... Muchas personas, con el fin de intentar tapar infancias difíciles, se cubren con un manto falso de espiritualidad.
Pero sólo una cosa es segura: No podemos fingir cuando nos miramos en el espejo de la conciencia.
Esta representación de cada día, ese “fingir”, causa perjuicios para aquellos que echan mano de este tipo de comportamiento. La persona que actúa así termina confundiéndose a sí misma y cayendo en un vacío, pues ni ella misma sabe de hecho quién es y acaba traicionándose en algún momento o traicionando a alguien más. Y esto es extremadamente extenuante y desgastante.
Cuando nos decidimos a ser realmente auténticos, nos convertimos en personas no complicadas, de actitudes simples, pero coherentes y, sobre todo, fieles consigo mismas.
La persona que vive de apariencias o finge ser quien no es, corre serios riesgos de caer en una depresión, en un agujero en el que suele caer continuamente. Es perfectamente comprensible por la batalla que traba consigo misma y el desgaste para mantener una realidad falsa.
La farsa es un recurso del Ego, al que le interesa más disfrazar u ocultar sus debilidades que enfrentarlas y transformarlas. Para no ser descubierto utilizará artimañas como la manipulación, el chantaje emocional, y en algunos casos, la agresividad. No quiere perder el control y ejerce su poder sometiendo y anulando la voluntad de los demás.
Esta actitud es sumamente dañina para quien la lleva a cabo, y para las personas de su entorno, pues acaban siendo absorbidas por su ciclón emocional.
Es necesario dejar de mentirse, de engañarse, porque aunque sea fácil engañar a los demás, es imposible engañar a la propia conciencia. Aparentar ser lo que aún no somos genera una serie de mecanismos mentales y emocionales que llevan a producir síntomas que aparecen como dolencias o enfermedades. Síntomas tales como tristeza persistente, apatía, ansiedad, humor variable, sentimiento de desesperanza, pesimismo, pérdida de interés, disminución de energía, fatiga, lentitud, problemas al dormir, para despertar temprano, o dormir demasiado, irritabilidad, agresividad...
No damos importancia al hecho de ser auténticos, de mostrarnos en cada momento como somos, con nuestras debilidades y fortalezas, con nuestros errores y aciertos.
Nos avergonzamos de nuestro pasado y es cuando censuramos el de los demás, porque acabamos tratando a los demás como nos han tratado a nosotros.
Olvidamos frecuentemente que la vida no nos exige ser perfectos, sino ser felices. Y no podemos pretender sentirnos felices y alegres si no miramos en nuestro interior y nos atrevemos a Ser, a cambiar, a mejorar... A disfrutar más, a simplificar, a comprender y aceptar más en vez de juzgar, a perdonar, a amar y dejarnos amar...
Porque el aprendizaje más importante de nuestra vida es llegar a conocernos, aceptarnos y amarnos, aunque para ello haya que desaprender y desprenderse de mucha educación, de muchas creencias impuestas y demasiada manipulación.
Abramos los ojos y atrevámonos a Ver.
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